Es un fenómeno internacional. Aquello que empezó como denuncias en diferentes ámbitos se convirtió en una ola que llegó al marco hollywoodense con el movimiento Me Too, una serie de denuncias por parte de celebridades, la gran mayoría mujeres, apuntando públicamente a sus abusadores.
Esto devino en la llamada cultura de la cancelación, desvirtuando al movimiento en forma y percepción por parte del público. Hubo una división entre los que la consideran un vehículo para que los perpetradores de ciertas violencias se hagan responsables de sus acciones y aquellos que solo lo ven como un capricho capaz de arruinar una reputación, el trabajo de una vida. Una forma de banalizar el arte mismo, al no poder separar la obra del autor.
Lo que Todd Field (Little Children) logra con TÁR (2022) no es poca cosa. Casi emulando la erudición de su personaje principal y los círculos de élite que habita, la película bordea con el estilismo de grandes directores, así como conceptos y formas que podríamos reservar para aquellas películas que efectivamente se acercan más al llamado cine arte. Desde el primer momento vibramos con este mundo, consumimos una historia lenta, cuidada, enfocada fríamente en pasar juicio sobre cómo el arte poco tiene que discutir con la moral.
Pero la discusión está ahí. A medida que nos vamos adentrando en la historia, conocemos a Lydia Tár (Cate Blanchett) más a fondo. Compositora brillante, Lydia es también una académica de gran capacitación, docente, etnógrafa y ganadora de aparentemente cualquier premio al alcance de su talento.
Desde un comienzo vemos las dinámicas entre ella y colegas, entre sus subordinados y estudiantes. Con elegancia Lydia, se mueve entre ellos, enfatizando la diferencia de poder entre aquellos que se mantienen en su órbita. Parece como si de alguna manera creyesen que esta pudiese contagiarlos con ese toque de Rey Midas que tiene, solo por su proximidad. Pero el precio del desencanto es caro.
Esa evidente brecha jerárquica es el motor de la historia, el elefante en la habitación que todos los personajes intentan pretender que no se encuentra ahí. Su esposa Nina (Sharon Goodnow), a quien le es infiel hace años, en un momento marca que la única relación no-transaccional en la vida del personaje de Blanchett es aquella que comparte con su hija, ya que es la única que no ve ni es afectada directamente por ese tipo de poder. Lydia negocia con aquello que entrega su posición: fama, dinero y sexo. Toma casi por sentado que no hay consecuencia alguna detrás de sus acciones.
En la periferia de la discusión de género
Ahí aparece el ingenio de Field, alejando de los campos por los cuales la historia podría ser minimizada: eligiendo no caer en esa acusación reduccionista sobre cómo el supuestamente misándrico feminismo moderno se dedica únicamente a atacar al género masculino. Nos encontramos acá con una disidencia, una lesbiana (igualmente con privilegios al ser una mujer blanca y de buen estatus social) y no el hombre blanco de clase media-alta a quien podíamos dar por sentado como el protagonista ideal para este tipo de relato.
Independientemente de que las masculinidades sean las que en general se encuentran es estas posiciones, alejarse de la discusión respecto a los géneros y las disparidades de poder permite concentrarse en una problemática que continúa siendo política, pero tiene un acercamiento más filosófico.
Tras una lenta y reflexiva primera mitad que ahonda en las preguntas que plantea, TÁR va mutando. Con una introducción que no solo presenta al personaje principal magistralmente, sino que es al mismo tiempo una clase maestra sobre el elitismo musical. La película se toma su tiempo para generar una conversación profunda y elegante, de a poco va transformándose en el thriller psicológico que es.
Pareciera que el mundo de Lydia es una proyección de sus conflictos internos. Acá y allá encontramos pinceladas de disonancias, cosas que parecen fuera de lugar, un tono mucho más presente en esta segunda mitad.
El preciosismo en las grandes y las sutiles pinceladas
Impecable por donde se la mire en su diseño de producción, guion y elenco, destaca también la precisión del trabajo de sonido en la película. Con la música diegética (aquella que escuchan los personajes) interpretada por la Orquesta Filarmónica de Dresde, o también la misma Blanchett en ciertas escenas, debieron usarse variedad de micrófonos para captar los sonidos más sutiles de los instrumentos, de los ambientes y del elenco simultáneamente.
El trabajo de edición es más que preciso, ya que el sonido se convierte en otro de los vehículos para llevar la historia. Es testimonio de la inestabilidad de su protagonista, quien en un comienzo tiene pleno control de sí misma y de todas las redes que fue construyendo en su vida personal y profesional. Es a medida que todas estas construcciones se derrumban que comenzamos a notar sonidos que tanto ella como nosotros nos preguntaremos si realmente están ahí.
Field permite que Cate Blanchett brille como pocas veces lo hizo, cosa que ya es decir mucho. Es evidente que el personaje de Lydia Tár no solo fue escrito con ella en mente, sino que este va a ser uno de los grandes papeles de su carrera. Como si de un huracán se tratase, la potencia que Blanchett demuestra es tan caótica como medida a la perfección, con la actriz logrando mostrar gran cantidad de matices dentro de las sutilezas de su interpretación.
Hipnótica e imponente por momentos, completamente vulnerable en otros, su trabajo es magistral y más que razón suficiente para entrar en la propuesta de Tár: una inteligente película sobre dobleces morales y preguntas retóricas que no cae en la tentación de intentar contestar. Siguiendo la premisa de cómo la sensibilidad e intelecto se conectan en el arte, Todd nos presenta inicialmente un concepto tan conciso como abierto, llevándonos más tarde a una espiral con pinceladas abstractas y terroríficas.
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