Viva la revolución

One Battle After Another: Paul Thomas Anderson puede con todos los géneros

El director regresa por lo alto con su décima película: un thriller explosivo y político con el que explora nuevos géneros y desafía al espectador.

por | Sep 25, 2025

Paul Thomas Anderson nunca ha sido un cineasta predecible. Cada vez que estrena una nueva obra, la conversación alrededor del cine contemporáneo se agita. Con One Battle After Another (2025), su décima película, confirma lo que muchos intuían: no le interesa quedarse en la comodidad de un estilo fijo ni repetir fórmulas probadas.

Aquí propone un filme que funciona en dos niveles. Por un lado, es un relato de acción, con persecuciones, explosiones y secuencias diseñadas para mantener la atención constante. Por otro, es un ejercicio político cargado de pesimismo, en el que se reflexiona sobre el poder y sus consecuencias. Lo notable es cómo estos dos planos conviven sin anularse: el entretenimiento y la crítica se sostienen mutuamente.

Ese equilibrio no es casualidad, sino fruto de una trayectoria de más de treinta años en la que Anderson ha experimentado con historias íntimas, grandes frescos corales y exploraciones de época. El resultado es una película que sorprende tanto por su ambición narrativa como por la complejidad de sus temas.

un director esencial

El camino hasta llegar aquí ha sido singular. Anderson no solo ha firmado diez largometrajes, sino que lo ha hecho explorando registros muy distintos. En los noventa, cuando apenas rondaba los treinta años, presentó Boogie Nights (1997) y Magnolia (1999), películas que establecieron su interés por mostrar personajes enredados en crisis personales y colectivas. Más tarde, se atrevió a dirigir a Daniel Day-Lewis en There Will Be Blood (2007) y Phantom Thread (2017), logrando colaboraciones memorables con un actor famoso por su nivel de exigencia. 

También sorprendió al darle a Adam Sandler un papel dramático en Punch-Drunk Love (2002), rompiendo prejuicios sobre lo que podía hacer el intérprete. En paralelo, ha trabajado en formatos distintos: desde proyectos musicales con Haim o Thom Yorke hasta adaptaciones literarias, como Inherent Vice (2014). Todo ese recorrido explica por qué su nuevo filme no puede reducirse a una simple película de acción. Se trata de una extensión natural de un creador que siempre busca ampliar los límites del cine.

la derrota ideológica

En One Battle After Another, Anderson se enfrenta al desafío de adaptar a Thomas Pynchon y trasladar su complejidad literaria a la pantalla. Lo hace con una mezcla inesperada de géneros. La trama sigue a los French 75, un grupo revolucionario que lucha por liberar inmigrantes retenidos en la frontera. El grupo está liderado por Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor), quien ve en cada operativo una manera de enfrentar a un sistema corrupto.

A su lado se encuentra Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio), experto en explosivos, que apoya la causa aunque con menos convicción que su pareja. La película gana intensidad cuando ambos se cruzan con el coronel Steven J. Lockjaw (Sean Penn), un militar obsesionado con Perfidia.

A diferencia de lo que podría esperarse, Anderson no convierte a Lockjaw en un villano caricaturesco, sino en un personaje ambiguo, con una fascinación que raya en lo enfermizo. Así, los enfrentamientos no solo se juegan en el terreno físico, sino también en el emocional y simbólico.

Poder, manipulación, humor 

El guion, escrito por el propio Anderson, despliega múltiples capas de lectura. No se trata únicamente de una historia sobre persecuciones y enfrentamientos militares, sino de una reflexión sobre la forma en que el poder utiliza a las personas como piezas intercambiables. Los inmigrantes en la película no son solo víctimas, sino también símbolos de cómo las instituciones convierten a seres humanos en trofeos. Perfidia interpreta esa lucha como necesaria y heroica, mientras Bob observa con mayor escepticismo. 

Lockjaw, por su parte, introduce la idea de la obsesión como motor político. En conjunto, los personajes encarnan diferentes posturas frente a un mismo conflicto. Lo que sobresale es la negativa del director a simplificar: no hay héroes puros ni villanos absolutos, solo personas atrapadas en un sistema perverso. Esa mirada incómoda, que evita moralejas fáciles, es lo que diferencia a Anderson de otros directores que han intentado trabajar con material político.

Dolor en un paisaje tortuoso

La historia se expande con un salto temporal de dieciséis años. Bob, ahora en California, sobrevive con su hija Willa (Chase Infiniti). La revolución se ha fragmentado, algunos antiguos compañeros como Deandra (Regina Hall) siguen resistiendo, y Lockjaw continúa persiguiendo a Bob y a su hija. Anderson convierte este segundo tramo en un examen sobre la herencia de la violencia.

El film sugiere que las luchas políticas nunca terminan con una victoria clara: las secuelas se transmiten a las siguientes generaciones, marcando identidades y relaciones. Willa crece bajo la sombra de una causa que no eligió, mientras Bob arrastra la culpa de haber perdido casi todo. El conflicto personal y el político se fusionan en un relato que cuestiona si realmente hay sentido en sacrificarlo todo por una idea.

La duración de casi tres horas puede sonar excesiva, pero Anderson sabe administrar el tiempo. La película se mueve entre distintos registros: sátira política, comedia física, drama familiar y espectáculo visual. Esa combinación arriesgada funciona porque ninguno de los elementos anula a los otros. Más bien, se potencian y permiten que la película respire en distintos tonos. 

Quienes han seguido la carrera de Anderson reconocerán guiños a trabajos anteriores: el absurdo cómico de Punch-Drunk Love, la melancolía de Inherent Vice o la grandiosidad de There Will Be Blood. Sin embargo, aquí todo se concentra en un género nuevo para él: la acción. Que consiga apropiarse de ese territorio con tanta naturalidad demuestra un control artístico en su punto más alto.

Anderson por todo lo alto

Al final, One Battle After Another se convierte en una de las propuestas más llamativas del año. No solo porque entretiene con secuencias de acción diseñadas con precisión, sino porque detrás de cada explosión hay preguntas difíciles sobre poder, responsabilidad y moral.

Anderson no se limita a rodar escenas espectaculares; construye un espejo incómodo sobre la sociedad contemporánea. La ambigüedad de los personajes, la crítica al uso político de los cuerpos y la exploración de las obsesiones individuales se entrelazan en un relato complejo. 

De modo que este aparente blockbuster — ya se le llama la película más accesible de Anderson — se transforma en un testimonio de madurez creativa. El realizador, otra vez, confirma que su cine nunca es gratuito: cada proyecto es un laboratorio donde se ponen en juego ideas, géneros y emociones. Y este, probablemente, sea uno de sus experimentos más logrados.

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