En la nueva miniserie de terror de Netflix, todo pasa por una razón. Una violenta, imparable y a menudo voraz ambición. Lo que condena a los miembros de la numerosa y detestable familia titular, a caer uno a uno en una condena que tiene poco de sobrenatural y sí, mucho de poética.
Si la premisa te resulta familiar, no vas del todo desencaminado. La más reciente versión del cuento clásico de terror de Edgar Allan Poe, tiene mucho más parecido con Succession (2018-2023) de HBO, que con el film de terror de 1960, protagonizado por Vincent Price. Lo que convierte a la última obra de Mike Flanagan para Netflix, en toda una rareza.
Quizás debido a que, por primera vez, el relato de una familia destinada a morir al mismo tiempo de la devastación total de su propiedad ancestral, sea mucho más que un relato puro de terror. También, es una exploración acerca del odio, el apego codicioso a los símbolos de poder y por último, a la necesidad inquietante de trascender, incluso por medios fraudulentos y muy cerca de lo criminal.
La adaptación de Netflix sobre la narración de Poe está más consciente de eso que ninguna otra. Y lo que es aún mejor, lo plasma con una elegancia decadente que resulta siniestra, aunque la violencia empresarial y la manipulación abunda mucho más que los fantasmas y los dolores místicos.
Una amenaza familiar
Si algo sorprende de la serie de Netflix es su radical y bien construida necesidad de evitar todo paralelismo con cualquier idea relacionada con el miedo. Pero, a pesar de eso, lo causa. Lo profundiza, lo muestra. Solo que no se trata de los temores victorianos a sótanos destrozados por años de abandono o fantasmas con cadenas. En esta ocasión, Flanagan usa la alegoría de la herencia familiar lóbrega, para hablar acerca de cómo la ambición se puede volver una tortuosa forma de desastre.
Mucho más, la forma en que esa necesidad retorcida de poseer, triunfar y conquistar del hombre moderno — que no ha cambiado del todo en miles de años — se transforma en algo más oscuro. Si Poe, drogadicto y pendenciero, se obsesionó con tener lo que no podía alcanzar y en especial, aferrarse con ferocidad a su talento, sus obras reflejaron esa obsesión mejor que cualquier otra cosa. La caída de la casa Usher (2023) lo muestra en varias maneras distintas.
Los viejos dioses reimaginados
Poe insistió una vez que concebía a la literatura como una forma de “rebeldía”. Lo dijo, pocos meses antes de la publicación en 1846 del ensayo La filosofía de la composición, una de sus obras más discretas. Lo insistió, cuando el editor, desconcertado por el contenido y motivo por el cual había escrito el texto, le preguntó qué deseaba decir en realidad. “Solo deseaba explicar el porqué la palabra es un acto destructivo” contó después el editor George Rex Graham, asombrado. Se trataba de una frase desconcertante para la época, pero en especial, para el restringido y severo mundo literario norteamericano.
Mucha de esa percepción se encuentra en la adaptación de Mike Flanagan de la obra del autor. Desde el primer capítulo, que presenta al patriarca familiar Roderick Usher (Bruce Greenwood), la serie se encamina a emparentar el acto de violencia del poder mal utilizado con el destino familiar. Porque Roderick tiene todo el poder que podría necesitar y ambicionar, pero no la felicidad. Como padre de seis hijos muertos, el personaje es una criatura en la periferia, en la oscuridad de su mente, tan furiosa y rota como para crear una versión de la lucha por el éxito que se equipara a un monstruo hambriento.
Poco a poco, Flanagan convierte el cuento en una reflexión acerca del porqué deseamos el éxito y el motivo por el cual, muchas veces, ese camino es poco ético y casi siempre, levemente inmoral. Se trata de una jugada arriesgada. El cuento de Poe admite pocas reinvenciones. En la película de 1960, el director Roger Corman imaginó a un núcleo familiar corrompido, a punto de derrumbarse en medio del fracaso.
Pero la producción de Netflix, es, además, deudora de todas las reflexiones sobre el poder mal habido de los últimos años. De modo que en lugar de fantasmas y una casa embrujada por poderes inexplicables, se trata de una herencia que incluye manipular datos científicos, convertir un medicamento en adicción y la malversación del dinero.
¿El terror moderno está en el hombre? ¿Es el hombre en sí mismo? Es la pregunta que la serie se hace en ocho capítulos que rinden tributo a Poe, a Logan Roy (Brian Cox) e incluso, a casos de malversación tan actuales que convierten a los últimos episodios en algo más parecido a un docudrama. ¿Funciona algo así? Sí, en la medida que para Poe, el poder terrenal, era maldad pura en manos casi siempre inescrupulosas.
Un escritor cínico que contó el terror humano
En el texto La filosofía de la composición, Poe intentaba explicar el motivo por el cual escribió su poema El Cuervo en un sentido inaudito en el orden narrativo. En otras palabras, rompió la sagrada regla al fracturar el orden temporal y contar la historia de atrás hacia delante. En nuestra época, el debate entre Graham y Poe podría parecer exagerado, pero por 1846, la idea que un poema — que además intentaba narrar un hecho terrorífico — fuera por completo inexplicable, era poco menos que un despropósito.
Flanagan menciona el texto y crea, quizás, la reinvención más poderosa de la obra de un escritor a menudo considerado remilgado. Para su época, Poe había creado algo inexplicable para los lectores, sorprendente para la crítica y sin sentido para sus críticos. Cuentos sobre la maldad que no necesitaban lo sobrenatural para funcionar bien.
“Nadie puede entender el espiral de las pequeñas cosas terroríficas”
Se refería, por supuesto, al hecho que El Cuervo era una obra de escalas y reconstrucciones de lenguaje que mostraba un nuevo sentido del luto. Pero también, al resto de su obra. Algo que Flanagan recuerda, en sin duda, una de sus mejores obras y la que, quizás, será menos comprendida, justamente por su rareza.
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