Criado en Berlín del Este, en una época cuando el muro aún dividía la capital de Alemania, Hansel Schmidt escapa de su realidad a través de la radio, encontrando en los maestros del rock, glam y punk como Lou Reed, David Bowie o Iggy Pop tanto su salvación como una tutela. Cuando conoce al Sargento Luther Robinson, el adolescente no solo se enamora de él, sino que consigue un ticket para huír del país y dirigirse a la afamada tierra de la Libertad en Norteamérica. Pero su escape tiene una condición: Hansel debe cambiar su género para poder casarse con Luther. Sometiéndose a una operación que resulta fallida, el chico se convierte en Hedwig y queda con una pulgada de su sexo biológico como souvenir del terrorífico proceso.
Creada en 1994 por John Cameron Mitchell y Stephen Trask, la historia se presentó originalmente en el club SqueezeBox, notable por sus shows drag punk. Jugando con el metalenguaje constantemente en una historia que tocaba ciertas notas autobiográficas para Mitchell, el show se presentaba como un recital en el que Hedwig Robinson hacía de sombra al tour de su ex amante, el niño católico convertido en super estrella Tommy Gnosis (Michael Pitt en su adaptación al cine). Entre canciones y ácidos comentarios, Hedwig explicaba a su audiencia cómo cada uno de los hits de Gnosis era de su autoría. Su trabajo, chance de fama y corazón habían sido robados por el joven.
Pero a pesar de autodefinirse como una “internacionalmente ignorada estilista de canciones”, el salto de Hedwig hacia Off-Broadway en la vida real se dio al poco tiempo gracias al boca en boca. En tan solo un par de años se estrenaría el largometraje en el Festival Sundance, ganando los premios a Mejor Director y de la Audiencia mientras se pavimentaba su futuro estatus como obra de culto.
El carácter experimental de la historia se explota completamente en la película en su particular narrativa y estética, con la aparición de un sing-along en forma de una pequeña peluca marcando las palabras de Wig in a Box o una rústica animación que ilustra una de sus canciones más memorables: The Origin of Love. Basada en el discurso que Aristófanes comparte en el Banquete de Platón, Mitchell y Trask encontraron la metáfora perfecta para hablar de cómo el género poco tiene que ver cuando se trata de vínculos afectivos. Paralelamente, la canción resignifica a los mitos para crear una cosmogonía construida alrededor de códigos LGBTIQ+ que al mismo tiempo logra hablar de mensajes completamente universales.
La obra ha recorrido el mundo, llegando a estrenarse en 2009 en Argentina con Germán Tripel, ex Mambrú, en el papel protagonista. Pero no fue hasta 2014 que retornó a Manhattan, donde Hedwig hizo su debut en Broadway con Neil Patrick Harris (How I met Your Mother) y Michael C. Hall (Dexter) entre los actores y actrices que han personificado a su protagonista a lo largo de los años, siendo el género de los intérpretes indiferente a la hora de tomar el rol.
Y es que muchas veces se han hecho lecturas equivocadas respecto a la identidad del personaje central. Hedwig no es una mujer trans, sino que -tal como John Cameron Mitchell ha explicado en ocasiones- su protagonista es un personaje genderqueer, una persona no binaria. Hedwig no nació autopercibiéndose mujer, sino que se le obliga a adoptar una identidad femenina como forma de supervivencia.
El acto final generó también confusion entre algunos, ya que esta no es una historia sobre abrazar el género biológico. Hedwig no necesariamente vuelve a ser Hansel, un hombre cis gay, sino que se quita toda imposición sobre lo que había construído su ser. La frontera entre masculino y femenino se desdibuja y vemos cómo este se desprende de sus prendas y todos los aspectos performativos, normas de género en los cuales había basado su persona. La completitud emocional que buscaba ya no es algo a encontrar en relaciones afectivas, sino que aparece al aceptarse a sí mismo con sus heridas y falencias, sus virtudes y aprendizajes. Caminando hacía la oscuridad de la ciudad en total desnudez, nuestro protagonista se adentra en la incertidumbre de no saber qué le depara el futuro, pero su caminar denota paz y seguridad. Es un nuevo comienzo lleno de posibilidades.
Si bien las identidades queer fueron exploradas múltiples veces en lo que es la historia del cine de las últimas décadas, no debemos olvidar que muchas de estas representaciones tenían una clara carga negativa. Siendo varias veces relegados al papel de villano, como es explícitamente en el caso de los antagonistas de Dressed to Kill (1980) o Ace Ventura: Pet Detective (1994), por nombrar un par de ejemplos. En otros casos simplemente eran sujetos a estereotipos queer, como vemos en muchos de los villanos de Disney. Un caso evidente es el de Úrsula de La Sirenita (The Little Mermaid, 1989) cuyo diseño fue basado en la imagen de Divine, la icónica drag queen. Con el tiempo estas interpretaciones fueron cambiando y diversificándose, pero lamentablemente contando historias que muchas veces terminaban en finales trágicos. Hedwig and the Angry Inch (2001) fue una de las películas que abrió camino a lecturas más complejas respecto al tema.
Revolucionaria, Hedwig utilizó la teoría de género de Judith Butler desde un lugar tanto reconocible para los instruidos en el tema, como accesible para el público general. La honestidad de sus temas es brutal, pero afronta el drama con cínico humor, la más bella de las poéticas y una banda de sonido memorable. Tampoco es poca cosa recordar que Hedwig fue una de las voces a través de las cuales artistas queer contaron sus propias historias dentro del circuito de cine legitimado, permitiendo que de a poco la herida de la falta de una justa representación comience a sanar. Pulgada por pulgada.
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