Hace ocho décadas atrás nacía en Tokio el padre del realismo mágico animado: Hayao Miyazaki. Miles de imágenes de sus películas recorren las redes todos los días; sus paisajes, los gestos de sus personajes, incluso la música son elementos característicos del arte de Studio Ghibli, creado por Miyazaki, su frenemy Isao Takahata y su gran amigo y productor Toshio Suzuki. El maestro Miyazaki llega a sus 81 años semi retirado. Había anunciado su retiro luego del estreno de su último largometraje El viento se levanta (Kaze tachinu, 2013), nominado al Oscar como mejor película animada. Sin embargo, en noviembre de 2021 se confirmó que volvería para realizar una última película dedicada a su nieto. No sorprende la elección de la historia que adaptará, ya que se trata de la novela de Genzaburo Yoshino titulada How do you live? (Kimitachi wa dô ikiru ka), una pregunta que destaca esta bildungsroman, género característico del cine de Miyazaki.
Hayao Miyazaki no debe interesarse mucho por los signos del zodíaco, pero él es el director de cine más capricorniano que existe. Sus protagonistas como Kiki, la brujita, Sophie de Howl’s Moving Castle (2004), Shizuku de Susurros en el corazón (Mimi wo sumaseba, 1995) -película que escribió, pero no dirigió- o su versión de Jirō Horikoshi en El viento se levanta son quienes representan en su máxima expresión el deseo y ambición por lograr algo único, tras miles de horas estudiando o practicando sus habilidades. La propia “chica LoFi”, el popular canal de YouTube que transmite música para estudiar, está basada en el personaje de Shizuku.
Muchas veces me sentí identificada con estos personajes, porque encontraba en sus viajes de aprendizaje una lección sobre cómo tratar con la frustración ante el fracaso de un proyecto, idea o relación. Cuando algo no sale como esperamos o cuando la gente que nos rodea no nos comprende y no sabemos qué hacer, los viajes -fantásticos y metafóricos- que emprenden los protagonistas nos dejan lecciones valiosas.
Sus protagonistas siempre comienzan con una ferviente convicción de que lograrán su cometido, para luego pasar por un momento de crisis identitaria o duda sobre sus capacidades, momento donde se pierde la magia en su relato (como vemos en Kiki’s Delivery Service, de 1989). Ese es el climax de las historias que genera el verdadero aprendizaje del protagonista, su anagnórisis de que puede lograrlo, no necesariamente solo, sino con la ayuda de otros. Los personajes secundarios, que a lo largo de la película parecen ser solo acompañantes, al final se convierten en el verdadero apoyo del héroe en su camino de reconciliación consigo mismo y con el mundo (como el pueblo en La Princesa Mononoke, de 1997).
Sus historias no solo acompañaron a su público, sino al propio maestro artesano en su eterno duelo. Su madre quedó postrada en una cama a muy corta edad de Hayao, para finalmente perderla antes de tener éxito como dibujante. En sus películas vemos siempre un personaje femenino que está enfermo o postrado en la cama o en silla de ruedas como Naoko en El viento se levanta o la madre de las niñas en Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988). En Ponyo (2008), quiso redimir a su madre dándole al personaje de Toki, que la homenajeaba, el poder de levantarse de la silla y salvar a Sosuke en ese abrazo apretado. Así como nos deja soñar con sus mundos, Miyazaki se permite soñar ese abrazo con su madre.
Más que un director de cine, Miyazaki es un artesano que, por más que haya implementado la tecnología a sus films, sigue dibujando cuadro a cuadro las escenas porque ve algo mágico en ello. Sus lápices se mueven por la voluntad de sus personajes, no por la de sus manos; y es por eso que nunca escribe los guiones de una forma tradicional o anticipada al arte visual. La calidez de sus imágenes, la premura de sus protagonistas o la fuerza de sus personajes femeninos al inicio de sus películas dan cuenta de su método creador. Miyazaki siempre comienza con una imagen o una acción fuerte y a partir de allí construye la historia.
En el documental Diez años con Hayao Miyazaki (2019) somos testigos de este proceso, pero también de lo frustrante que es para él cuando esa imagen inicial no ocurre. También se muestra su relación en un principio tumultuosa con su hijo, quien había dejado su carrera de arquitecto en una empresa para dirigir su primera película, Cuentos de Terramar (2006). El maestro Miyazaki no podía concebir que su hijo se dedicara a algo para lo que no estaba preparado, incluso pasó un tiempo sin hablarle. Finalmente sus diferencias creativas encontraron una conciliación cuando armaron en conjunto esa escena inicial de La colina de las amapolas (2011).
Durante la producción de esa película, Miyazaki puso a prueba su liderazgo con el terremoto de Japón de 2011. Su deseo era seguir con su trabajo, porque hacer películas era lo suyo, así como el resto de la población japonesa. Un director de orquesta que nunca frena una función, por más doloroso que sea. Las consecuencias de la tragedia luego se verían reflejadas en El viento se levanta (2013) con el paralelismo del terremoto de 1923. Su film logró aminorar la controversia de la figura de Jirô Horikoshi por el mensaje antibélico que Miyazaki expresó, como en cada una de sus obras.
Otro de sus temas recurrentes es la crítica a la destrucción de nuestro planeta por la ambición del hombre. En La Princesa Mononoke (Mononoke Hime, 1997), la dualidad entre la fuerza del hombre y de la naturaleza llega a un punto cúlmine, en el cual reflexiona sobre cómo la ira y la violencia por rencor nos pueden llevar a la total destrucción de la verdadera protagonista de todas sus películas: la naturaleza. Los colores vibrantes que pintan las escenas; la predominancia del verde de los campos en los momentos de reflexión o de calma de los personajes; el cielo, el campo y el mar como los escenarios típicos: todo esto conforma un campo semántico que no solo es el trasfondo visual, sino también temático de su obra.
Las películas de Studio Ghibli acompañaron varias generaciones de niños a crecer y afrontar las situaciones futuras en las que no supieran cómo lidiar con los obstáculos que se les presentasen, a través de los personajes fantásticos íconos de la animación, pero también acompañó a los niños que se hicieron adultos con las metáforas. Cuando tenía once años vi El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no Kamikakushi, 2001) y me asustó la idea de que alguna vez llegara a un pueblo extraño y mi madre se convirtiera en un chancho por el maleficio de una bruja vieja, pero con eso empecé a resolver los conflictos de una manera más adulta y menos infantil.
El año pasado les mostré esta película a mis alumnos para hablar sobre el género fantástico y la vi con otros ojos. Esa niña con miedo a lo irreal se había convertido en una adulta con miedo a lo cotidiano, a enredarme con mis pensamientos y no conseguir el trabajo que quería o perderme en el encierro de la pandemia. Pero Miyazaki estaba ahí otra vez, dándome la mano, acompañándome en este nuevo viaje, porque estaba preparada para no ver solamente lo visual, sino también el viaje metafórico de Chihiro, que atravesaba una pérdida de identidad para luego recuperarse a sí misma y a sus padres.
Lo hermoso de su cine no es solo que haya podido adentrarnos a lugares mágicos, hacernos desear los platos que se preparaban con tanto amor, a querer tener la determinación de sus protagonistas o a admirar cómo sus paisajes cobraban vida, el pastizal movido por el viento, o la corriente de agua de un arroyo. El mayor logro de Miyazaki fue abrazar a nuestro niño interior en cada una de sus escenas, como el abrazo que le da Toki a Sosuke, a darnos un apoyo emocional en las turbulencias de la vida adulta con los colores de nuestra niñez. Nos enseñó y nos sigue enseñando que ningún sentimiento es final, como dice Rilke, que todo lo que sobrellevamos nos deja una lección. Sus películas nos dicen que no estamos solos, sino que solo hace falta ver a nuestro alrededor para darnos cuenta de que la vida no pasa por logros individuales, sino por la convivencia con otros. Todo esto puede sonar cursi o a una idealización de su cine, pero es mucho más simple que eso. Sus películas, en su núcleo, nos enseñan que nuestro mundo no es tan feroz como parece, sino que es mucho más cálido y colorido.
Miyazaki siempre trata temas complejos del ser, la naturaleza y la responsabilidad para con otros. How do you live?, la novela que llevará próximamente a la gran pantalla, sigue la historia de Copper, un joven de 15 años que reflexiona con su tío sobre cómo ser una mejor persona, respetando el último deseo de su padre. Su tío deja sus lecciones en un anotador, en el cual trata temas como la amistad, el arrepentimiento, el poder del descubrimiento, el acoso escolar, la identidad, reflexiones antibélicas, la pobreza y la lucha de clases. Es sorprendente que esta novela se publicara en 1937, en el contexto de un país cada vez más nacionalista y cercano a entrar en el terror y la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Luego de dos años de una pandemia que no parece acabar, del encierro que dejó a muchas personas sin trabajo o perjudicó su salud mental, de una época donde la pérdida fue inmensurable, Miyazaki nos deja una última reflexión al adaptar esta obra en nuestro contexto.
Su deseo de hacer películas siempre fue para hacer este mundo un poco mejor, es entendible entonces que saliera de su retiro para dejarle a su nieto un mundo más humano, con esperanza en el futuro, y con una pregunta que nos deje a todos pensando qué mundo queremos tener: ¿Cómo vivimos? Una pregunta que a sus 81 años todavía no puede responder, porque la resolución no es lo importante, sino el camino que emprendemos ante el interrogante.
La novela es un viaje de aprendizaje en el sentido metafórico, pero sospecho que la versión de Miyazaki nos llevará de viaje a mundos fantásticos e incorporará las lecciones que da el tío de Copper con la sutileza que lo caracteriza.
Las películas de Miyazaki son aquello que me reconforta cuando nada parece ir bien, porque recuperan mi fe en el mundo y me dan ese empujoncito para seguir. Supongo que por eso quiso salir del retiro y darle a su nieto, o a todos, esta última película, para decirle y decirnos algo, incluso cuando ya no esté cerca: todo va a estar bien.
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