Una de las cosas que mejor sabe hacer Pixar Studios es encontrar la manera de tomar temas complejos que los chicos pueden entender a grandes rasgos, para darle un tipo de profundidad con la cual los adultos pueden conectar con facilidad. Sorprendentemente, en el caso de esta comedia romántica no es esta historia de Montescos y Capuletos en donde residen las ideas más interesantes que propone la película.
Ember Lumen (Leah Lewis) tiene una sola aspiración: demostrarle a su papá que es lo suficientemente responsable como para heredar el negocio familiar. Hija de inmigrantes, sus padres dejaron Tierra del Fuego (a no confundirla con el sur de Argentina) para empezar una nueva vida en Ciudad Elementos, una metrópolis en donde gente hecha de fuego, agua, tierra y aire conviven.
Tras un accidente debido al literalmente fogoso temperamento de Ember, su camino se cruza con el del extremadamente emocional inspector de agua Wade Ripple (Mamoudou Athie). Muy a pesar de los prejuicios que le inculcaron en su infancia en contra de la gente como él, Ember termina aceptando su ayuda para proteger lo que ella considera es el sueño de la vida de su padre: el negocio que construyó con sus propias manos y les dio sustento todos estos años. La pasión de ella conmueve inmediatamente a Wade, logrando que estos dos seres tan opuestos empiecen una aventura juntos.
Una aventura tibia
La vigesimoséptima película de Pixar quizás no cuente con la fluidez que hicieron tan memorables a sus predecesoras, pero no por eso hay que pasarla por alto. Dentro del carácter autobiográfico de la historia dirigida por Peter Sohn, hijo de inmigrantes coreanos, es donde se encuentra esa capa que realmente la enriquece.
Conocido por haber dirigido The Good Dinosaur (2015), película que paso sin pena ni gloria, la vulnerabilidad con la que Sohn proyecta esa experiencia personal resulta palpable, brindando un giro inesperado a una película que podría haber recaído solamente en este romance de seres naturalmente incompatibles. La carga que Ember acarrea es lo que realmente la hace un personaje no solo con motivaciones propias, sino que resulta atrapante verla mientras ella misma lo descubre.
Quizás no tan convincente resulta el mundo que nos presentan. Con muchos rasgos en común con Zootopia (2016), aquellas metáforas que funcionaban tan bien en una ciudad donde depredadores y presas de todos los ecosistemas convivían, son coherente en Ciudad Elemento pero no terminan creando un mundo igual de creíble. Al final del día recae en la lógica de una película infantil, en donde solo tenemos que aceptar que mientras ciertos personajes son seres hechos de agua y sentientes, también aparentemente conviven con agua común.
Pequeños grandes detalles
Parece un mero detalle, pero es uno de los puntos en donde se nota lo desaprovechado de su potencial. Porque ahí donde el hogar de Judy Hopps es una ciudad creíble que refleja una problemática que va a la par con la trama de la película, resulta hasta extraño que no se aluda al cambio climático y la preocupación que esto genera en el mundo real. Reducir a uno de los conflictos principales de la película a una simple cuestión de infraestructura tira por la borda la oportunidad de marcar una identidad mucho más propia al mundo que Elementos (2023) propone.
Son justamente esos detalles de las costumbres que los Lumen heredaron a su hija, la ciudad de cristal en donde la familia de Wade vive, los deportes, el transporte, las artes, o hasta la lengua materna de estos personajes lo que realmente nos dejan con ganas de ver más. Acompañada por la exótica banda de sonido de Thomas Newman, colaborador de Pixar que ya nos entregó memorables melodías en Buscando a Nemo (2003) o WALL-E (2008), Elemental realmente sabe encender la chispa mientras más se permite expandir y problematizar su mundo.
Una más de Pixar
Manteniendo el estándar visual al que el estudio nos tiene acostumbrados, puede que la película no sea rupturista, pero tampoco pierde la oportunidad de aprovechar las cualidades físicas de su elenco. Los juegos de luces que crean la combinación de estos elementos le suman una poética particular a estos amantes que temen tocarse. Pixar sabe jugar sus cartas, jugando dentro de un terreno que ya le es conocido pero que igual logra destacar la particular belleza dentro de esta producción. Es imposible no sonreírse al apreciar la calidad de un par de sus escenas cúlmines.
Probablemente no pase de ser uno de los proyectos menores del estudio, pero incluso con sus puntos predecibles y tropiezos en su ritmo, Elementos tiene un atractivo muy único. Resulta muy fácil conectar con la honestidad en que se retratan el peso que cargan sus protagonistas.
Todos aquellos pequeños defectos que notamos al conocer a esta pareja y a sus familias, cualidades que podrían haberlos hecho insoportables en manos de distintos escritores, son las razones por las cuales todos y cada uno de estos personajes terminan resultando entrañables. A pesar de dejar una sensación de tibia modestia, la primera comedia romántica de Pixar Studios logra brindar un calorcito en el pecho llegado el momento en que pasan los títulos.
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