Una pareja disfruta de su cita en casa con manta, sillón, pochoclos y una película al mejor estilo noventero: una balada romántica sonando de fondo en la pantalla, mientras toda la escena se ilumina de colores cálidos y el protagonista, reivindicado al fin como el héroe que es, se reencuentra con su esposa e hija. Con este nostálgico cliché -que podría pertenecer a la mitad de las películas de acción de los noventa, pero que pertenece a Con Air (1997)- se establece que Nick Cage, el protagonista de la película que estamos por ver, es también Nicolas Cage, el actor que conocemos desde siempre.
Este juego de metaficción entre el cine que consumimos en el pasado y la historia que tenemos por delante, será la piedra angular de El peso del talento (el humilde título local que contrasta con la grandilocuencia del original The Unbearable Weight of Massive Talent). La película nos sumerge desde el principio en una experiencia que juega permanentemente con el acervo cultural del espectador, ya sea la filmografía de Nicolas Cage, las buddy movies de los noventa, el cine mudo del movimiento expresionista alemán de entreguerras o una conmovedora película familiar con un osito parlanchín.
Pero además, es un retrato muy ingenioso y autoconsciente sobre la industria y su funcionamiento, sobre los caprichos de la audiencia y sobre la cualidad intangible de una estrella de cine. Una película que es reflexiva sin ser pretenciosa y que es divertida sin ser básica. El director Tom Gormican (en su segundo largometraje) y Kevin Etten (co-guionista y habitual colaborador) escribieron un guion clásico que gira en torno al conflicto interno de su protagonista, un famoso actor venido a menos, que recorre su camino de aprendizaje a través de la resolución de un conflicto externo. Uno que tiene al cine como tema principal, aunque ingeniosamente disfrazado de aventura policial. ¿O es al revés? Sea como sea, esta comedia de acción tiene algo para todos los gustos.
Nicolas, yo y mi otro yo
Durante el primer acto, nos adentramos en el presente y el inconsciente de Nick Cage (doble dosis de Nicolas Cage, encarnando a su alter ego imaginario) mientras lidia con su futuro artístico, su excéntrico estilo de vida, las críticas del público y su entorno familiar, relegado a último plano en favor de su frenética carrera. También, con la obsecuencia de su agente (Neil Patrick Harris), que solo quiere mantenerlo conforme y libre de deudas. Las líneas entre realidad y ficción están desdibujadas, con chistes y referencias a la orden del día y cero intenciones de autojustificación, más bien todo lo contrario. Nicolas Cage pinta un retrato exagerado y poco favorecedor de sí mismo, mientras su otro yo Nick Cage lo atosiga con sus delirios de grandeza.
En medio de un panorama triste y desesperado, con su prestigio actoral y su vida familiar en pedazos, llega una propuesta que nuestro protagonista no puede darse el lujo de rechazar: asistir a la fiesta de cumpleaños de un fan por un millón de dólares. Acá es donde la película toma un giro inesperado para enmarcarse en otro género, con tanta gracia e intención auto paródica, que no se puede sino sonreír ante el ingenio y el descaro de esta subtrama descabellada. En un rincón paradisíaco de España lo espera Javi (Pedro Pascal), un excéntrico millonario con pretensiones de guionista que desafía todos los clichés del jefe mafioso, mientras nos da la clara impresión de ser justamente eso.
El ego de Nick Cage y la admiración genuina de Javi forman la pareja perfecta para protagonizar lo que pronto termina siendo una buddy movie al más piro estilo noventero, con constantes referencias a exponentes del género de acción de esa década (y particularmente de la carrera de Nicolas Cage) como Face/Off (1997) y The Rock (1996). El guion juega con nuestras expectativas, con los lugares comunes de este tipo de películas y con algunas ideas nuevas y refrescantes, para pasearnos por una historia que se separa del montón tanto por la originalidad de su premisa como por su continua autorreferencialidad.
Desde El Guardaespaldas y la Primera Dama (Guarding Tess, 1994) hasta El culto siniestro (The Wicker Man, 2006), pasando por Captain Corelli’s Mandolin (2001), los fans de Nicolas Cage encontrarán referencias de sobra, e incluso guiños al cine de la época con cameos incluidos. Pero El peso del talento (The Unbearable Weight of Massive Talent, 2022) no es una película que se sostiene y regodea en la nostalgia, sino en una estructura sólida, buenas actuaciones, sanas dosis de sarcasmo y un amor por el cine “de antes” que demuestra que todavía se puede ser original y creativo dentro de una fórmula.
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