En Dungeons & Dragons: Honor Among Thieves (2022) no hay tableros, hojas de personajes o dados. Tampoco la menor insinuación de que el mundo que se verá en pantalla proviene de un fenómeno total que cautivó la imaginación mundial — y todavía lo hace — durante décadas.
De hecho, uno de los problemas de la película es el de carecer de identidad. Podría tener cualquier título y suceder en cualquier mundo fantástico popular y no habría mayor cambio. Lo que es, en cierta forma, lamentable en una película que procede de una saga de juego de rol que se alimenta de hacer única cada partida.
Con todo, el film de John Francis Daley y Jonathan Goldstein celebra la clásica dinámica de rol con una puesta en escena que recuerda a las grandes misiones domésticas. Edgin (Chris Pine) es el líder de una compañía que incluye a la guerrera Holga (Michelle Rodriguez), la poderosa druida Doric (Sophie Lillis), el mago torpe Simon (Justice Smith) y por un breve espacio de tiempo al vanidoso caballero Xenk (Regé-Jean Page).
Juntos, deberán rescatar a una damisela en desgracia mientras atraviesan todo tipo de acertijos, caídas aparatosas, el vuelo de un dragón, explosiones y hasta la posibilidad de la muerte. Pero a la vez, descubrir que unidos son más fuertes y que esta épica diminuta depende del corazón, más que la habilidad de los integrantes de este variopinto equipo.
Pero, ¿eso es suficiente para imprimir una identidad real a la producción? No lo es, y en más de una ocasión se echa de menos el riesgo visual, experimentación en el argumento, o solo una mayor capacidad para resultar una exploración al espíritu del juego. Las recordadas misiones, capaces de crear verdaderos mundos individuales que florecían en medio de sesiones interminables de discusión, risas y elaboradas historias, terminan por convertirse en un tránsito sin mayor relevancia.
Una aventura encantadora, pero sin carácter
Sin duda, Dungeons & Dragons: Honor Among Thieves es divertida, encantadora y la mayoría de las veces, gratificante. El guion, que incluso tuvo la participación de los creadores del original D&D que salió a la venta en 1974, disfruta de una frenética energía que se hace evidente cuando la trama decae por ausencia de ideas. Sin embargo, aunque no haya nada que contar o la ambición supere a los recursos, siempre hay un chiste del cual reír o una burla soterrada a todo tipo de universos fantásticos que terminan por resumirse de una manera curiosa en un escenario neutral.
En general, el relato luce deslucido y, a pesar de los esfuerzos de su carismático elenco, termina por decaer y desaparecer en una especie de carrera de obstáculos a través de múltiples escenarios, que apenas se insinúan. Lo cual resulta lamentable en una película que adapta un concepto mayor, más complejo, más complicado. Más cerca de Los Goonies que de El Señor de los Anillos, esta gran mirada al sentido del amor, lealtad y la exploración en lugares y situaciones que acercan la fantasía a la experiencia inmersiva, se queda corta.
A pesar de que el argumento es un tránsito clásico y bien construido acerca del sentido de la colaboración, la lealtad y la complicidad. Todo entre un grupo de personajes entrañables, que tal y como en el juego de mesa, debe aprender de una manera u otra, a trabajar juntos. O al menos -y es uno de los puntos más interesantes de la narración- comprenderse como parte de una misma historia.
No obstante, los directores John Francis Daley y Jonathan Goldstein no logran cohesionar lo que parecen dos películas a la vez: lo que ocurre en medio del interminable camino de rescate y el crecimiento interior de los personajes. Por separado, ambas cosas son radiantes concepciones de la fantasía, sostenidas por la idea de la multitud de posibilidades. Juntas, son una historia que atraviesa espacios trillados sin que lleven a ninguna parte por resultar incompletas.
En terreno incómodo
Pero en este relato amable, incluso los momentos más tediosos y desordenados acaban por desembocar en pequeños momentos emocionantes. Hay un aire de encantadora camaradería en este recorrido a través de túneles subterráneos que conducen a estratos fabulosos de la realidad y poblados, que se levantan sobre la copa de los árboles. No obstante, a pesar de los esfuerzos del largometraje por encontrar su propia forma de narrar la fantasía desde un punto de vista nuevo, no lo logra.
Hace más de 40 años, Gary Gygax y Dave Arneson imaginaron un mundo capaz de duplicarse a sí mismo, de pertenecer a cada jugador, de navegar en los mares infinitos, de la capacidad humana para crear historias.
Quizás por eso, Dungeons & Dragons: Honor Among Thieves parezca lamentablemente limitada y predecible. Con enorme corazón, pero poca imaginación, la película divierte y entusiasma, pero jamás llega a mostrar el entusiasmo que cualquier jugador de D&D esperaría encontrar en una adaptación de los universos enteros a los que el libro abre puertas y posibilidades.
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