Para el 25 mayo de 2020, las cuarentenas por coronavirus habían empujado a gran parte de la población del planeta hacia el home office, la joggineta y las comfort series por streaming. Ese día, el vídeo en el que un policía se arrodillaba sobre un hombre afroamericano durante nueve minutos hasta matarlo se volvió viral. La muerte de George Floyd y sus últimas palabras, “I can’t breathe” se convirtieron en las banderas de una nueva serie de marchas del movimiento Black Lives Matter.
Mientras las calles de las ciudades mas importantes de Estados Unidos se llenaban de gente reclamando por el racismo sistémico, apañado por el gobierno de Trump, los ejecutivos de las cadenas de televisión, ya preocupados por las dificultades y retrasos en las grabaciones por la pandemia de COVID-19, se encontraron con un nuevo tema que marcaba la agenda. Y eso incluyó a una de las comfort series más importantes de los últimos años, Brooklyn Nine-Nine (2013-2021).
La sitcom, que sigue las vidas de un grupo de policías en la ciudad de Brooklyn, ha acumulado una fuerte fanbase -lo que le valió ser salvada de la cancelación- y reconocimiento por la diversidad del elenco y su abordaje de temas sociales como el acoso sexual o la lucha de la comunidad LGBTQ, siempre en clave de humor. Aunque la serie no ignoraba asuntos como la corrupción policial, la NYPD estaba claramente presentada como “los buenos” de la historia. Los showrunners Dan Goor y Mike Schur tomaron entonces la decisión de hacer de la octava temporada la última, descartando los guiones ya escritos de los primeros cuatro capítulos y centrándose en una critica acorde al espíritu de la época.
La temporada se propone alcanzar un equilibrio entre el tratamiento de la cuestión racial y su relación con la policía, y el tono divertido y confortable característico de esta sitcom tan querida por los fans. Vemos a Amy y Jake intentando navegar sus roles como padres, a Holt en la búsqueda de salvar su matrimonio e incluso nos reencontramos con algunos de los personajes más emblemáticos, que regresan para cerrar sus arcos argumentales. Todo esto con el telón de fondo del conflicto social.
La octava temporada comienza meses después de donde nos dejó la séptima y nos presenta a cada uno de los protagonistas lidiando -a su manera- con los hechos recientes. En los primeros minutos, Rosa anuncia su deseo de renunciar a la policía para dedicarse a ayudar a la comunidad, lejos de la corrupta institución. Esta noticia va a poner a Jake en un lugar complicado, al tener que enfrentarse a la verdad que le expone su antigua compañera de academia en cuanto a su rol en la perpetuación de un sistema que esta corrupto de raíz.
Mientras tanto, Charles se convierte en la definición de un aliado performático, obsesionado con demostrarle a Terry su solidaridad. Por su parte, Amy y Holt hacen uso de sus mejores herramientas y proponen una reforma integral del departamento de policía de Nueva York. Esta va a ser una constante a lo largo de toda la temporada, que introduce un nuevo villano en la figura de O’Sullivan (John C. McGinley), jefe del gremio de policías, quien vive con su madre y está decidido a defender a la institución policial a capa y espada.
No es la primera vez que el movimiento Black Lives Matter hace su aparición en una ficción cómica, siendo un claro ejemplo la cuarta temporada de Orange is the New Black (2013-2019), que presenta las complejidades del sistema carcelario y la falta de preparación del personal policial para terminar con la muerte de uno de los personajes más entrañables. Si bien esta era una clara referencia al asesinato de Eric Garner por la policía de Nueva York, la escena es casi aterradoramente profética en vistas al caso de George Floyd. Sin embargo, el tono de dramedy de la serie, junto con el hecho de que los personajes principales eran las reclusas, permitió a los creadores de la ficción de Netflix agudizar la critica, que se extendió a los centros de detención para inmigrantes ilegales.
A pesar de los obstáculos que debe sortear, Brooklyn Nine-Nine no se queda en la simple consigna de abogar por el valor de las vidas de los afroamericanos, si no que se convierte en una defensa de otro importante movimiento que ha tomado fuerza en los últimos años en la sociedad estadounidense: Defund the police. Con diversos niveles de adhesión, la consigna sugiere utilizar fondos destinados a la policía para crear y sostener otras instituciones que ayuden a apuntalar las comunidades más vulnerables, previniendo el crimen antes de que se produzca. En su faceta más extrema, ciertos activistas bregan por el desmantelamiento total y abolición de la policía. Este es un concepto con el que los personajes coquetean durante toda la temporada, preguntándose una y otra vez si es posible hacer un cambio real en el departamento o si vale de algo hacer las cosas bien dentro de un sistema roto.
El gran desafío de esta última temporada está en caminar la fina línea entre mantener el espíritu de la serie para darle un final satisfactorio a los personajes que los fans han amado por siete temporadas y hacerse eco de la conversación actual sobre el rol de la policía en la sociedad. No se asusta a la hora de burlarse de la institución, pero tampoco promete más de lo que puede entregar. Los personajes de Holt y Amy presentan un programa de reforma que es una clara puesta en marcha de los valores del movimiento Defund the police, pero no sin dejar en claro que puede no ser la solución al conflicto. La serie ha recibido criticas encontradas, sobre todo debido a que el formato de 20 minutos no permite explorar en profundidad la realidad de la corrupción policial, pero tampoco se lo propone. La temporada final de Brooklyn Nine-Nine no es más que el reconocimiento por parte del elenco y equipo de que los tiempos han cambiado y los policías ingenuos que no cumplen las reglas ya no son fuente de risas, sino de preocupación.
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