Dentro del cine de terror, hasta el detrás de escena puede llegar a tener una mística propia. La gran cantidad de incidentes inexplicables que se sucedieron en el set El Exorcista (1973) generó que la película cargue con los rumores de una supuesta maldición. Incendios, así como la repentina muerte de actores, sus familiares o el equipo de producción han alimentado este mito con el paso de las décadas.
De esta leyenda cinematográfica parte la premisa de Exorcismo (2024), película que retrata la remake ficticia de un clásico del horror sobre niñas posesas y curas que han perdido su fe. Tras un fatal accidente que acaba con el actor que iba a vestir la sotana, esta parece ser una nueva oportunidad para que Tony (Russell Crowe) vuelva a interpretar un rol protagónico y con suerte pueda recomponer su carrera. Pero la cosa no está fácil. Altamente autodestructivo, la muerte de su esposa fue el puntapié de una larga lucha contra sus adicciones de la que aún se está recuperando.
Es en la repentina convivencia con su hija Lee (Ryan Simpkins) en que encuentra cierto consuelo. Si bien su ausencia en la vida de la adolescente dejo un bache entre ambos y un claro remordimiento para el actor, el vínculo entre padre e hija parece estar lentamente recomponiéndose.
Pero la temática de la película remueve cosas del pasado que el propio Tony no se atrevía a recordar. El peso de cargar con un título tan icónico resulta tan desgastante como las estrategias de su director (Adam Goldberg), quien no duda en abusar cruelmente de sus inseguridades con tal de conseguir la toma perfecta. De a poco se va pavimentando un camino que atrae a las más oscuras de las fuerzas.
Volver a ponerse la sotana
Llama la atención cómo la reciente El exorcista del Papa (2023), película también protagonizada por Crowe, abarca la misma temática, pero resulta completamente diferente. Con un oscuro sentido del humor que perfilaba a la versión ficticia del Padre Amorth como un párroco con tintes casi superheroicos, en este caso encontramos a Crowe como un protagonista moldeado desde un ángulo opuesto.
En una declaración autoconsciente, la película nos lleva a la fiesta de inauguración del rodaje, donde el desalmado director define a Tony como un artista “que no hace horror, es un actor ante todo dramático”, marcando así además el tono general de lo que estamos viendo. Exorcismo se plantea por sobre todas las cosas como un crudo drama atravesado por terribles eventos sobrenaturales. Literalmente enfrentado a sus propios demonios, la maldad se escabulle entre las grietas de una víctima que eventualmente pasa a ser victimario.
Son varios los homenajes hacia el clásico de William Friedkin, desde la reproducción de escenarios a ciertas tomas de la original, y estos guiños se plantean inteligentemente como un dialogo ambas películas. Su director, Joshua John Miller (Final Girls) comprende que aquel que es aclamado como una de los mejores títulos de horror de la historia, funciona porque en sus cimientos desarrolla un fuerte drama familiar.
Esta mirada más profunda no es casualidad y se nota que en el proyecto hay una clara pasión, cosa que parece una obviedad cuando nos percatamos de que Miller no es un simple fan del género. Si el apellido suena conocido es porque él es hijo de Jason Miller, actor que interpretó al icónico padre Demien Karras. Entendiendo esto, se puede ver más finamente la elegía detrás del personaje de Crowe, ya que es sabido que Miller lucho por años contra su adicción al alcohol.
Si hay algo que se destacaba en Karras eran los matices de luz y oscuridad con los que cargaba, ejemplo que Miller toma y vierte no solo en su atormentado protagonista, sino en la institución misma a la que debe representar. El consultor de Tony en el rodaje, el padre Conor (David Hyde Pierce), es la idealización del hombre de fe que trata a todos los hijos de Dios, creyentes o no, como iguales y merecedores de amor y respeto.
Pero, en contraposición, somos testigos de sutiles aunque contundentes metáforas de abuso que retratan las miserias de una iglesia también corrupta. En sí, este acercamiento al tema es uno mucho más valiente que aquel que El exorcista del Papa planteó, en donde se culpaba a un mal sobrehumano para desdecirse de lo que había denunciado.
La violencia intrafamiliar pasa a ser otro de sus puntos fuertes, representada simbólicamente de manera tal que despierta un miedo atado a cuestiones mucho más terrenales. Miller remarca la amenaza latente al enfocarse en la corporalidad de Crowe, enfatizando, por ejemplo, el peso de sus pisadas. Con poco resulta imponente, encontrando un punto medio entre temores muy reales y aquellos construidos por poderes esotéricos.
La bestia ataca con palabras crueles, agresiones psicológicas que con el simple uso de sombras generan unas transiciones efectivas hacia un sobrio CGI. Lejos del típico uso de los jumpscares, Miller le da prioridad ante todo a los climas que de a poco va cargando de suspenso. Es así como el terror se va instalando de a poco, para más tarde de cumplir con las demandas del subgénero en un fuerte tercer acto.
Ya es sabido que El Exorcista: Creyentes (2023) resultó en una gran decepción tanto para el público como la crítica, entre otras cosas por su caótica propuesta y un destrato por el legado de sus personajes. Irónicamente, Exorcismo parece funcionar casi como una secuela mucho más correcta para la saga. No solo logra homenajear al clásico de Friedkin con un acercamiento muy meta y original, sino que explora de forma mucho más profunda la relación de los hombres con su fe.
Probablemente deje a una audiencia dividida, con sabor a poco para aquellos que demandan un ritmo más frenético. Pero para aquellos que sepan apreciar su particular visión, encontrarán un experimento mucho más intimista que varias de las películas sobre posesiones que veníamos viendo estos últimos años. Y es que a esta altura, sorprender dentro de este género, no es poca cosa.
Gracias por la reseña!!!