Thelonious Ellison (Jeffrey Wright), aspira a ser reconocido por su inteligencia y capacidad como profesor de literatura. También, por su talento al analizar la mitología a través del ya popular retelling y crear una versión más amplia y menos elaborada de los símbolos colectivos para las nuevas generaciones.
Solo que el profesor Ellison es un afroamericano de mediana edad, que no calza en la imagen habitual de un sesudo pensador posmoderno. Es afroamericano y el mundo académico tiene un lugar para él, muy lejos de los clásicos y más cerca de lo urbano. En otras palabras, incluso en las alturas de los estratos universitarios más encumbrados, el racismo se expresa de una forma incómoda.
¿O se trata de otro punto de vista acerca de cómo la literatura debe reflejar a su autor? El director y guionista Cord Jefferson no aclara el punto de inmediato. Lo que sí hace es dedicar buena parte de la primera hora de la película a reflexionar con mordacidad sobre las expectativas acerca del arte que se tiene en el mundo contemporáneo. Mucho más la presión sobre la escritura y las grandes historias, que se ejerce para complacer a todas las sensibilidades, preguntas y necesidades. Según el argumento de American Fiction (2024), ya no basta ni será suficiente ser brillante. También se debe complacer a un colectivo, ser la representación de algo, dar una opinión política de inmediato.
Si lo anterior parece la premisa de un drama cerebral, no lo es. En realidad, Jefferson se mueve hacia la comedia y se ríe de su propia experiencia en el mundo del espectáculo. El guionista, cuyos créditos incluyen la serie Watchmen (2019) de HBO (una exploración acerca del sufrimiento de la comunidad afroamericana en clave de historia superheroica), muestra la experiencia de su comunidad desde lo burlón. De modo que el profesor Ellison, con su mente brillante y su delicado punto de vista sobre la ficción, termina haciendo justo lo que insistió jamás haría. Escribir como se supone que debe escribir un hombre negro. A la manera que se lo exigen las editoriales, el público e incluso, su entorno.
Para hacerlo, toma un seudónimo, y es entonces cuando American Fiction toma su verdadero impulso y transforma su visión acerca del arte contemporáneo, desde un punto de vista crítico y con un humor tan retorcido que sorprende. Jefferson, que utiliza largos primeros planos sobre el rostro de sus actores para contemplar como disimulan sus emociones contenidas, crea una obra incómoda que provoca risa involuntaria. A la vez, sacude la idea acerca de lo que debería ser — o no — la forma de problematizar el arte y la provocación. ¿Toda obra debe ser y es necesariamente significativa? ¿Debe analizar y ponderar todo lo relacionado con el mundo? ¿O cualquier manifestación artística puede, y de hecho, logra, establecer una versión correcta y ponderada acerca de lo que somos como individuos?
Un espacio hilarante para la reflexión tardía
Son muchas preguntas que el guion plantea y lo más interesante es que las responde todas. Las urbaniza, pondera y desmenuza, a medida que el personaje de Wright descubre que la necesidad de ser escuchado, o al menos, de reflexionar acerca de su identidad, se desploma con cuidado. En realidad, lo que intenta es lograr fama y reconocimiento. O en cualquier caso, saber qué se espera de él, como hombre intelectual que no debería estar referido a su raza, pero lo está.
Una idea inquietante que Jefferson plantea a medida que Wright complace expectativas, a costa de olvidar sus principales intenciones. Una y otra vez, la película vuelve al mismo punto. Todo artista y creador intenta comunicarse, expresar ideas a través de lo que hace. Y no obstante, esa necesidad se tropieza con el mundo real, lo que sea que ese término quiere decir. Más allá de la privacidad, del placer de crear, está la gran disyuntiva: ¿Ahora qué? ¿Qué hacer con las palabras, imágenes, versiones de la realidad, mis formas de crear? ¿Existe un límite que defina la calidad del arte a través de lo muy visible y reconocido que pueda ser? Son interrogantes que el director enlaza con la sátira y en las que profundiza con cuidado.
Todo artista desea que su obra sea apreciada, pero en una cultura de consumo, en una sociedad en donde el éxito se traduce en una manera de comprobar cuál es el valor neto de cada cosa, el límite entre lo que se muestra — como expresión — y lo que se muestra — como visión — es difuso, cuando no inexistente. Jefferson modula su guion hasta llevar la risa al dolor cultural y por último, una angustia existencial contemporánea, que American Fiction muestra entre carcajadas e imágenes estáticas de un mundo desestructurado. Para su extraño final, la cinta dejó algo claro. El arte por el arte es una batalla rara y dolorosa con el ego del artista, en la que siempre termina por perder su entusiasmo.
0 comentarios