“¿Estás bien?”, le pregunta James (Bryan Tyree Henry) a Lynsey (Jennifer Lawrence). El hombre la conoce hace tan solo unos días, pero percibió una angustia subyacente en ella que lo condujo a seguir viéndola, a intentar dilucidar qué se esconde bajo su rostro impertérrito. Ese interrogante, tan simple, es uno de los más complejos que la mujer debe responder. Por lo tanto, al no saber por dónde empezar a contar su historia, lo mira como queriendo esbozar una sonrisa, un gesto con el que está revelando más de lo que él cree: Lynsey no solo no está bien sino que se esfuerza por esconderlo. Causeway (2022), la ópera prima de la directora teatral Lila Neugebauer disponible desde este mes en Apple TV+ es, precisamente, una película sobre los gestos.
La realizadora maneja un tono medio para registrar la recuperación de su protagonista, soldado del ejército estadounidense quien, como consecuencia de un bombardeo en Afganistán, sufrió una lesión cerebral que afectó su motricidad. Además, Lynsey se esfuerza por recordar determinados sucesos, ya que de manera repentina pueden surgir lagunas mentales. La primera vez que aparece en pantalla, Neugebauer nos priva de ver su rostro, la enfoca desde atrás, como si se estuviera aproximando a ella de manera delicada, sutil, intimista. Ese approach se mantendrá a lo largo todo el largometraje, uno que no se extiende más de lo debido y que se adentra en el territorio que le interesa sin demasiados preámbulos: la conexión entre dos individuos que experimentaron traumas y que conectan desde ese lugar, al menos inicialmente.
Por lo tanto, cuando James le hace esa pregunta a Lynsey, en gran medida se la está haciendo a sí mismo. Henry (Atlanta, If Beale Street Could Talk) compone con sensibilidad a ese hombre que maneja un taller mecánico y quien acarrea un sentimiento de culpa por una tragedia que cambió su óptica de las cosas, con la expectativa de poder ayudar a alguien en quien note ese misma expresión taciturna que él contempla en el espejo todos los días. Causeway nos muestra la progesión del vínculo entre James y Lynsey sin estridencias, con el foco en los mínimos detalles, desde una salida a un bar hasta esas conversaciones que van volviéndose más crudas a medida que ellos van adquiriendo mayor confianza. Que muchas de esas charlas se produzcan con las piletas como entorno no es casual.
Por un lado, Lynsey elige ese trabajo, el de limpiar esas piscinas, porque se está desafiando a sí misma y a lo que su cuerpo puede hacer. Al rebelarse contra su diagnóstico –Causeway ahonda en su negación ante las secuelas del bombardeo y su anhelo de retomar su función-, se exige más de lo debido. Por otor lado, cuando se sumerge en el agua, la película utiliza esos momentos como parábolas de esa suerte de bautismo de la protagonista quien, tabula rasa, inicia una vida que desconoce pero ante la que deberá habituarse. En este aspecto, Neugebauer no se concentra tanto en el aparato que se activa cuando un ex-marine vuelve de combate como sí lo hace el drama Leave No Trace (2018) de Debra Granik, la cineasta que dirigió a Lawrence en la excelente Winter’s Bone (2010). Por el contrario, su interés está puesto en las pequeñas luchas y lo fácil (pero peligroso) que puede resultar desestimarlas.
El resurgir de Jennifer Lawrence
En Causeway nos encontramos con otra gran actuación de Lawrence (quien también es productora ejecutiva de la película), en la línea de la mencionada Winter’s Bone, pero también de The Poker House (2008), dos de sus mejores trabajos. La actriz misma contó que quería volver a sus raíces, a producciones lo-fi (la dirección de fotografía de Diego García se alinea con ésto) que le representaran un desafío, y en este caso demuestra, una vez más, cómo puede comandar un largometraje por sí sola con un rol áspero, vulnerable, al desnudo, y muy bien escrito por Ottessa Moshfegh, Luke Goebel y Elizabeth Sanders. Es particularmente la impronta de Moshfegh en el guion la que resulta más notoria.
La novelista incurre en tópicos de sus obras más celebradas, My Year of Rest and Relaxation (2018) y Death in Her Hands (2020), en las cuales también había mujeres en el centro dándole pelea a sus propios demonios, desde una depresión que se tapa con el consumismo en todas sus formas, hasta un duelo que se encubre con una peligrosa vía de escape. En el caso de Lynsey, Moshfegh y compañía le imprimen una honestidad a la protagonista sin dejar de explorar su costado más complejo, todo aquello que la hace humana, ni más ni menos que el constante caerse y levantarse.
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