El mayor desafío que tenía por delante el realizador William Brent Bell con Orphan: First Kill (2022) era el de construir un universo propio para una villana ya instalada en el género: la temible Leena/Esther (Isabelle Fuhrman). En 2009, cuando se estrenó el largometraje del español Jaume Collet-Serra, nos encontrábamos con una protagonista que no parecía ser un refrito de otros personajes del género y que nos ponía los pelos de punta en el tercer acto de la película en la que se desplegaba un gran plot twist
Esa niña de nueve años adoptada por una noble familia era, en realidad, una mujer de 33 que sufría de un trastorno hormonal, hipopituitarismo, que la hacía lucir más pequeña. La gran revelación era escalofriante per se, por lo que el final de aquella ficción no consiguió estar a la altura del as bajo la manga. Esther era asesinada y la familia Coleman recuperaba la paz. Un lugar común que hacía que esa perfecta casa de naipes se desplome.
Trece años después de Orphan llega a salas su precuela, apropiadamente titulada Orphan: First Kill, para darle a Esther la entidad que se merece dentro del género y para mostrarnos su historia de origen abrazando el camp, el delirio de su premisa, con un ajustado guion de David Coggeshall, quien evidentemente decidió que, para esta vuelta a las fuentes, era necesario divertirse un poco. La apuesta funciona, y el mérito es en gran parte de Fuhrman, quien vuelve a personificar a Esther como si el tiempo no hubiese pasado.
La actriz, quien venía de protagonizar la subvalorada The Novice (2021), toma las riendas de la historia y aborda el rol de villana del mismo modo en que lo hace su director: sin temerle al absurdo. Desde el inicio, Orphan: First Kill nos sitúa en un universo brumoso (la fotografía de Karim Hussain es clave para la primera parte), en ese hospital psiquiátrico donde reside Leena en Estonia, a sus 30 años.
Una terapeuta que ingresa al lugar oficia de avatar del espectador, solo que carece de la vital información sobre la que la audiencia sí está al tanto (ese es el chiste): le advierten que hay una paciente peligrosa en el lugar y, cuando se encuentra con Esther, no considera que pueda representar una amenaza. “¿Sos la hija de alguien que trabaja acá?”, consulta la psicóloga mientras esa presunta niña se aproxima. La pregunta -con respuesta implícita- que le hace la mujer es el botón que aprieta Bell para activar el relato en una intro donde reina el gore y su película se despunta de la original con admirable vigor.
UN GIRO DE TIMÓN ARRIESGADO PERO EFECTIVO
En cuanto a la necesidad de emanciparse de Orphan por fuera de su figura central, el realizador de la interesante The Boy (2016) y su secuela, Brahms: The Boy II (2020), nos aleja de Estonia rápidamente y ubica a Esther en Estados Unidos, donde se hace pasar (gracias a su parecido físico) por una pequeña que desapareció años atrás y cuya familia ya perdió las esperanzas de encontrarla con vida. Es en ese tramo del largometraje en donde Coggeshall, desde su guion, opta por un approach poco convencional al incluir una vuelta de tuerca en medio de la acción y no llegando al desenlace. Si bien no vamos a revelar el giro, podemos decir que de éste se desprende un atractivo ida y vuelta actoral entre Fuhrman y Julia Stiles, quien interpreta a Tricia, la mamá de esa niña, quien se muestra feliz ante el regreso inesperado de su pequeña.
Por otro lado, Orphan: First Kill sí se conecta con el material de base cuando Esther se siente atraída por el padre de la familia, Allen (Rossif Sutherland), escenario similar al de Orphan. En este punto, la precuela va un paso más allá y explora los daños psicológicos que sufre Esther como consecuencia de su trastorno, e indaga en cómo jamás logró establecer vínculos sanos. Se trata de un paréntesis orgánico que refuerza la potencia del personaje, pero que no distrae a la película de su verdadera naturaleza. Orphan: First Kill llegó para darle volumen a un universo comandado por una actriz extraordinaria como Furhman, que se entrega al delirio propuesto con un timing cómico perfecto, sobre todo en las secuencias más repulsivas. Como debe ser.
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