Películas como La Conferencia (Die Wannseekonferenz), aún desprovistas de un tema tan difícil como el que la película toca, ya de por sí son desafiantes para un espectador casual. Casi dos horas de dieciséis personajes en una habitación, manteniendo una negociación, no es algo que todo director pueda llevar bien. Desprovista de música, el relato es llevado a través de la palabra y rigurosas interpretaciones, discusiones en términos casi clínicos y de una extrema crudeza para definir el método más rápido, barato y ante todo efectivo de llevar a cabo un genocidio. Entre cafés y canapés, en una reunión de aproximadamente hora y media, se selló el destino de once millones de personas.
Originalmente hecha para televisión, la película retrata la llamada Conferencia de Wannsee, llevada a cabo el 20 de Enero de 1942 y de la cual no queda más que un acta de resultados detallando lo que los oficiales denominaban la Solución Final a la Cuestión Judía. Decir que la película es movilizadora es quedarse corto, y sin duda la efectividad de los aspectos técnicos y las grandes actuaciones de sus protagonistas es lo que hace que funcione una película que, mal llevada, hubiese resultado imposible de ver. No sorprende escuchar que su director, Matti Geschonneck, en un principio estuvo muy cerca de rechazar la propuesta de la productora, considerando que era un tema muy difícil de llevar a la pantalla. Fue la firme decisión creativa de representar estas negociaciones con la más absoluta frialdad de su carácter administrativo, lo que lo convenció. Un acierto rotundo.
Un documento de quince páginas de cifras y comentarios de los líderes nazis que participaron de la reunión es el total de la información que Geschonneck tenía como base para el guion. Por esta razón el director insistía firmemente durante el debate llevado en la avant premiere de la película, diciendo que su obra es puramente de carácter ficticio, por el simple hecho de ser una película.
Geschonneck no está errado, ya que toda obra audiovisual no es nada más que una construcción ficticia. Hasta un documental, al momento de decidir un encuadre o el tipo de música que acompañará la película, ya presenta una subjetividad marcada, por lo que es fácil olvidar que lo que estamos viendo no es una realidad empírica. A pesar del arduo trabajo de historiadores y la participación del Consejo Central Judío de Berlín a la hora de reconstruir cada momento, el director marcaba una y otra vez, casi con austeridad, que la obra es una producción ficticia. Lo que estábamos presenciando no era el pasado. Para él, somos nosotros y el ahora.
Buena parte de la sala estaba en desacuerdo, ya que la función había sido organizada por la Tzedaká, una fundación que trabaja con la víctimas del Holocausto y para la ocasión había invitado a que supervivientes y sus familiares presenciaran la película. Para la audiencia, el relato era un eco de sus propias historias. El nudo en la garganta que un filme así deja al momento en que aparecen los créditos, es claramente más impactante y efectivo en ese contexto. Pero, sorprendentemente, ese aire tan pesado en la sala se disipaba con rapidez, al percatarnos que la audiencia también era la personificación de la esperanza en sí misma.
No podemos negar lo contemporáneo de un mensaje así en un tiempo en que los discursos de odio o actos explícitos de violencia organizada son completamente trivializados. Películas como La Conferencia intentan recordarnos que estos sucesos fueron perpetrados por hombres de negocios y no monstruos caricaturescos, individuos aceptados por una sociedad que no percibía la magnitud de sus ideologías. Podríamos decir que humaniza a los oficiales nazis, por el simple hecho de convertirlos en personas y no estereotipos, mostrando cómo objetualizan completamente a sus víctimas, hablando de estos últimos como nada más que un número o un activo. Jamás se cuestionan el porqué, solo discuten el cómo. ¿Cuál es el verdadero significado de perder la humanidad entonces?
Tenemos que agradecer que haya distribuidoras que se animen a traer producciones como estas, a las cuales -lamentablemente- en general no se les da el espacio que merecen en nuestras salas de cine. Relatos como este son necesarios, ya que nos recuerdan que mantener viva la memoria histórica es la herramienta primordial para desarmar los discursos de odio. Como dijo la nieta de uno de los supervivientes: “Entender que fueron humanos, que fueron personas, es parte del importante ejercicio de la memoria para lograr que algo así no se repita en ningún lado.”
La Conferencia ya se encuentra disponible en salas de nuestro país.
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