No resulta difícil entender por qué, tras su estreno en 2017, The Marvelous Mrs. Maisel se convirtió en un éxito casi instantáneo. Producida por Amy Sherman Palladino y su esposo Daniel Palladino (las mentes tras la comfort series por excelencia, Gilmore Girls) y con un elenco brillante, la serie ganó dos Golden Globes y siete Emmys en su primera temporada de premios, posicionando a Prime Video como un fuerte competidor en la guerra de plataformas de streaming que hasta entonces lideraba indiscutiblemente Netflix.
Midge Maisel (Rachel Brosnahan) es una ama de casa que, a finales de la década del cincuenta, deviene en comediante de stand up cuando su esposo la deja por su secretaria. Con la ayuda de su manager, Susie (Alex Borstein), intenta hacerse un lugar en el mundo de la comedia, completamente dominado por hombres. Las primeras tres temporadas nos presentan a Midge y su familia navegando esta nueva normalidad y aumentando su popularidad hasta llegar a abrir para Shy Baldwin, un súper exitoso cantante que la contrata para acompañarlo en su gira por los Estados Unidos y Europa. Sin embargo, la noche antes de empezar la gira europea, el show de Midge amenaza con revelar la verdadera orientación sexual del cantante y todo se sale de control.
La cuarta temporada arranca inmediatamente después de este atrapante final. Tras el fiasco en su último show en los Estados Unidos, Midge llega al aeropuerto para enterarse de que ha sido reemplazada, mientras el avión se va sin ella y sus miles de valijas. Durante los próximos ocho episodios, la veremos tratando de volver al ruedo. No es la primera vez que Midge es traicionada por su incapacidad para quedarse callada. Y, desgraciadamente, no va a ser la última. A lo largo de la temporada cuatro. vamos a ver cómo la impulsividad de Midge, que podía resultar entrañable en las temporadas pasadas, se va volviendo repetitiva y francamente insoportable. Empeñada en hacer lo que se le da la gana cuando se le da la gana, vuela en pedazos cada una de sus oportunidades, incluido su encuentro con Jackie Kennedy, futura Primera Dama de los Estados Unidos. En lo que parece casi un reboot de la primera temporada, Midge consigue un trabajo como maestra de ceremonias en un cabaret de mala muerte y vuelve a mudarse a la casa paterna.
Mientras tanto, cada uno de sus padres inicia su propia vida laboral. Abe (Tony Shalhoub), matemático devenido en intelectual de izquierda, comienza una nueva carrera como periodista de espectáculos, lo que lo lleva a enfrentarse con su comunidad y con la CIA en dos situaciones que no tienen más fuerza que como gags momentáneos y, por lo tanto, ni siquiera terminan de ser graciosos. Por su parte, Rose (Marin Hinkle) tiene una trama un poco más interesante. Luego de algunos éxitos formando parejas en la temporada anterior, parece haber encontrado su vocación. Sin embargo, esta trama no llega a desarrollarse del todo, aunque nos queda la esperanza de verla continuada en la quinta y última temporada, en la que Rose -aparentemente- deberá enfrentar una batalla por el territorio de la ciudad de Nueva York con la mafia de las casamenteras, liderada por Benedetta. Kelly Bishop, la igualmente amada y odiada Emily Gilmore, vuelve a unirse a los Palladino para interpretar a este nuevo personaje, en una de las apariciones más anunciadas y esperadas de la temporada.
En los dos años que llevamos esperando la cuarta temporada, cuya producción se vio retrasada por la pandemia, las noticias sobre actores invitados mantuvieron altas las expectativas de los fans. Sin embargo, la aparición de estos personajes resulta absolutamente decepcionante, pues casi funcionan como un “click bait” y en su mayoría no aportan al guion. Esto es particularmente cierto al referirnos a ex actores de Gilmore Girls (2000-2007). Sherman Palladino explota la nostalgia de su serie de culto sin vergüenza, ya lo habíamos visto en la tercera temporada con Liza Weil (Paris Geller de Gilmore Girls) como una de las músicas acompañantes de Shy Baldwin. Sin embargo, en esta temporada esto se vuelve todavía más alevoso con la aparición completamente innecesaria de Milo Ventimiglia (qué hombre™) en un rol sin parlamento llamado simplemente “Handsome Man”.
Estéticamente, la serie sigue siendo impecable y logra mantener al público enganchado, pero ha perdido gran parte del atractivo que la caracterizó en las temporadas anteriores. En su intento por mantener un tono ligero y divertido, deja pasar oportunidades excelentes, empezando por el mismo Shy Baldwin, al que vemos por última vez atado a un matrimonio ficticio y alejado de todos sus allegados. Para una serie que se construyó sobre el uso del humor para plantar posición ideológica, resulta por lo menos decepcionante verla achicarse ante el desafío que ella misma había establecido.
Midge ha perdido el rumbo, tanto en su vida personal como profesional, y lo mismo parece ocurrirle a la serie en general. Los gags están y los personajes siguen siendo divertidos y queribles, pero la serie no puede sostenerse solo sobre eso. Después de tres temporadas excelentes, organizadas cada una en torno a un arco argumental, esta temporada es mucho más fragmentaria e inconducente, con una estructura que recuerda más a una sitcom, en la que los hechos de un episodio apenas tienen consecuencias en el siguiente. Cada capítulo parece aislado del anterior, no hay un verdadero hilo conductor más que las malas decisiones de Midge, con la sensación de desconexión profundizada por la decisión de Prime Video de sacar dos capítulos por semana, en lugar de toda la temporada de una vez.
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