Carrie (Sarah Jessica Parker) explica a Miranda (Cynthia Nixon) acerca del aborto que se practicó con 18 años de edad. Lo hace con tristeza, pero sin hacer del relato — doloroso e incómodo — un asunto moral. De hecho, el guion de Sex and the City (1998-2004) exploró el punto desde la compasión y el hecho de que se trata de una circunstancia que una mujer puede vivir. Se trató de un paso sutil pero contundente, para explorar el tema en la cultura popular, pero no a través del juicio y mucho menos, la mirada masculina acerca de una experiencia netamente femenina. Tal vez, la primera de ellas en la televisión por cable de la década de los noventa.
En realidad, Sex and the City fue la primera en muchas cosas. La primera en tener cuatro protagonistas mujeres que hablaban de su vida sexual sin tapujos. La primera, también, en la que una mujer se hacía preguntas sobre orgasmos, dolores menstruales, la posibilidad — o no — de tener hijos, lo erótico e incluso el cáncer de mama, sin que la historia arrastrara un juicio acerca de su comportamiento. Solo se trataba de cuatro solteras — con una irreal solvencia económica en una ciudad deslumbrante — que, también, tenían la capacidad de simbolizar cierta idea de la libertad femenina. Carrie, Miranda, Charlotte (Kristin Davis) y especialmente Samantha (Kim Cattrall), no obedecían a ninguna norma.
Tampoco se parecían a otro personaje de la ficción de la televisión, ni había parámetros para compararlas con algún otro. No eran madres — y en el caso de un par de las chicas, no querían serlo — y aunque estaban obsesionadas con el amor, también lo estaban con su vida, la idea esencial y directa de encontrar la realización privada. “Tengo una larga historia de amor conmigo misma” repite Samantha en varios de los capítulos emblemáticos de la producción.
Por supuesto, en su época, la serie causó revuelo. Se le llamó desvergonzada, el personaje de Carrie se convirtió en ícono de la moda y hubo ríos de tinta sobre su postura acerca de la sexualidad y la necesidad del amor en nuestra época. En la actualidad, hay debates cínicos de su trascendencia y una reevaluación de su frivolidad, además de los estereotipos en los que se centró. Pero continúa siendo esencial para comprender a la mujer de la cultura pop en todo su poder.
Después de todo, Sex and the City era una serie de mujeres para mujeres. Una que en su último episodio dejó un mensaje de considerable poder. “Ustedes son los amores de su vida” dijo Big (Chris North) al trío de amigas, con respecto al lugar espiritual que representan para Carrie. “Con suerte, cualquiera que llegue después, solo puede aspirar a ser otro más”. Sororidad, en una época en la que palabra todavía no formaba parte del léxico de las grandes producciones ni mucho menos, eran importantes en argumentos de series de renombre.
Érase una vez, cuatro mujeres…
Lo relevante de Sex and the City es su reivindicación de los personajes femeninos como centros de sus propios relatos. Ninguna de las protagonistas eran solitarias, rotas, defraudadas, temerosas. Todas eran inteligentes, con vidas profesionales plenas y la aspiración romántica de un amor profundo. Lo cual, no evitaba que disfrutaran de su vida de soltera a plenitud. Por si eso no fuera suficiente, fue uno de los primeros programas de la televisión, en mostrar a la familia adquirida, la que llega con la adultez y la que, poco o nada, tiene relación con la biológica. Un cambio sustancial que brindó una nueva perspectiva a la forma del guion de narrar la belleza, la necesidad del deseo e incluso, la emancipación espiritual.
Pero la trama hizo algo que ahora mismo puede parecer insignificante, pero que a mitad de los noventa, tuvo una importancia total. Transformó la percepción de las mujeres como entes individuales, poderosos y con su propio mundo. A pesar del eterno desfile de novios, amantes y aventuras de una noche, las protagonistas tenían sus propios escenarios de desarrollo, con poco o nada tenían que ver con su sufrimiento o pasión romántica.
La búsqueda del amor estaba ahí — y era de trascendental interés — pero mucho más, lo era la emancipación de la idea general sobre lo que se supone que una mujer en los treinta sin planes de matrimonio podía ser. Mucho más, a medida que el tiempo trascurrió y los personajes evolucionaron en consonancia. Para su quinta temporada, Samantha hablaba sobre su edad, el uso de anteojos y las canas en el pubis, mientras que en la sexta, Carrie debatía sobre la posibilidad de tener hijos. Todo, casi dos décadas antes de la generación NoMo (No Mothers) o las preguntas sobre la fertilidad y la obligación de la maternidad.
La madurez llegó en belleza y plenitud
Para su última temporada, transmitida en dos partes en 2004, Carrie abandonó su amada columna y viajó a París. Miranda se mudó a Brooklyn y cuidó a la madre de su esposo y Charlotte adoptó un bebé. Más doloroso aún, Samantha sufrió — y se recuperó — de cáncer de mamas, y arrojó la peluca a una multitud de mujeres traumatizadas con tratamientos invasivos. Ese fue el año en que las colegiaturas femeninas de periodismo en Columbia aumentaron casi el 60%, que hubo un alza en la compra de propiedades en Brookyln y que la mamografía dejó de ser un procedimiento vergonzoso. También, el año en que TIME dedicó un artículo al fenómeno de Sex and the City.
Pero el show hizo más que volverse icónico y un suceso de masas a gran escala. También, reconfiguró la idea que cuestionó por mucho tiempo que una historia basada en mujeres podía ser exitosa o no. Autosuficientes, independientes, capaces de hablar de intimidad emocional y también, del costo de zapatos lujosos, la serie se encuentra en un extraño lugar entre la superficialidad y un sutil mensaje sobre el poder de la amistad femenina, el amor y la esperanza.
Algo que el argumento recuerda en su último episodio. En él, Carrie corre para celebrar su libro, luego de intentar abandonar todo por amor y comprender su error. Al otro lado del mundo, Miranda corre para buscar a su suegra, perdida en la ciudad en medio de un cuadro de demencia senil. En su lujoso penthouse de la Quinta Avenida, Charlotte llora de felicidad, ante la foto del bebé que adoptará y Samantha recibe un ramo de flores que le recuerdan que su espíritu — y cuerpo — están en primavera. El poder de los símbolos en una historia en apariencia simple y banal, que demostró que el mundo femenino era mucho más fuerte — y con aspiraciones — de lo que podría suponerse. El gran triunfo de la serie, incluso en la actualidad.
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